Elogio de la diversidad. Los nuevos monumentos del mundo rural

Elogio de la diversidad. Los nuevos monumentos del mundo rural

La transformación rural vista a través de los monumentos

En este artículo recurrimos a un tipo peculiar de fuente -monumentos y estatuas en espacios públicos- para dar cuenta de tres grandes y profundas transformaciones en el mundo rural mexicano. Por una parte, el cambio de eje de las actividades económicas, proceso que ha dado lugar a especializaciones que han contribuido a que los vecinos permanezcan en sus comunidades o, al menos, mitigar el éxodo que ha llevado al despoblamiento en tantos lugares. Por otra parte, aunque muy ligado a lo anterior, la emergencia de actores locales con intereses, recursos y proyectos que han sabido apropiarse de los nuevos discursos del desarrollo. Finalmente, los monumentos dan cuenta de las maneras actuales de intervención del espacio público por parte de colectivos emergentes en sociedades tradicionalmente agrarias.

Monumentos que visibilizan la diversidad

Nuestro objetivo es visibilizar una modalidad de monumentos que existen en varias poblaciones y que aluden a algún producto agrícola, agroindustrial o manufacturero del que los vecinos se sienten orgullosos, tan orgullosos como para haber promovido o patrocinado la erección de un monumento en la traza urbana o paisajística de su localidad. Entre las modalidades posibles de expresión pública han escogido el monumento.

Estos, a los que llamaremos nuevos monumentos, han aparecido y proliferado en espacios y ciudades medias con entornos rurales cercanos. No existen en barrios o colonias urbanas, ni en grandes ciudades o zonas metropolitanas.

En los últimos años y en muchos países hemos sido testigos de las protestas y debates que se han desatado contra los monumentos públicos que se han convertido en epicentros de marchas que han llevado a que sean cercados, retirados, derribados o trasladados por las autoridades (Rizzi, 2021). Los símbolos y las circunstancias históricas que representan han dejado de causar indiferencia para provocar indignación que, gracias a las interconexiones globales, se conocen, amplifican y replican (Rizzi, 2021).

De manera paradójica sucede lo contrario con los monumentos dedicados a productos o actividades locales, instalaciones que comenzaron a aparecer a fines del siglo XX, pero que se han multiplicado en lo que va del siglo XXI. Desde la década de los noventa se advierte el aumento en el número de nuevos monumentos (véase la Gráfica 1).

Gráfica 1

Los monumentos, de estilo figurativo y realista, a veces hiperrealista, con dimensiones diversas y confeccionados con materiales muy distintos, han sido concebidos por las comunidades y auspiciados en su mayoría por quienes se dedican a las actividades que los hicieron prósperos, que les cambiaron el destino a ellos y a sus pueblos, que les han permitido permanecer en sus comunidades, que los han dotado de nuevas formas de organización, desarrollo económico, trabajo y solidaridad social; que los han dado a conocer más allá de sus fronteras y espacios tradicionales y se han convertido en su sello de identidad actual; es decir, con lo que se identifican y son reconocidos.

Han surgido al margen, en contra incluso, de los propósitos y poderes gubernamentales, como era lo habitual en las esculturas en espacios públicos. Sus méritos artísticos pueden ser discutibles, pero los relatos son originales y apasionantes.

Aunque próximas o enclavadas en entornos rurales, las esculturas no aluden al maíz, sino todo lo contrario: revelan lo que hicieron los vecinos cuando la producción de maíz dejó de ser suficiente para vivir en el campo y tuvieron que buscar otras maneras de ganarse la vida (Arias, 2017).

A través de ellos las comunidades cuentan historias, sus historias, que descubren y reivindican la diversidad, magnífico atributo del mundo rural mexicano que el paradigma campesinista se empeñó en velar durante décadas. La proliferación de nuevos monumentos marca la ruptura con ese paradigma.

Los monumentos expresan un agradecimiento colectivo y de nuevos colectivos a lo que no pudieron hacer durante mucho tiempo: los cambios en los intereses actuales de las comunidades y sus actores para visibilizar las actividades y productos que modificaron sus opciones de vida.

Los monumentos y sus historias

La selección de monumentos que se muestra en el video es limitada y arbitraria. La investigación fue realizada durante el año 2021 en lugares que conocemos, a donde acudimos a hacer registros fotográficos, tenemos o pudimos obtener información etnográfica que complementara las imágenes. Hay comunidades en las que hemos realizado trabajo de campo, por lo que contamos con información de primera mano, ya que pudimos preguntarles a sus habitantes acerca de los monumentos; en otros casos, acudimos a las localidades donde entrevistamos a las autoridades, en especial a los encargados de Turismo y a los cronistas, que era con quienes invariablemente nos remitían las autoridades.

Con dicho conocimiento visitamos los lugares para realizar los registros fotográficos y hacer entrevistas con respecto a los monumentos. Como lo que nos interesaba era la versión de los promotores, vecinos y visitantes fuimos a conversar con ellos en plazas y jardines, camellones y glorietas.

Aprendimos que mientras más viejo es el monumento, más difícil resulta recuperar su historia. A algunos les han robado las placas que, colocadas el día de la inauguración, ofrecían datos que se han perdido. Hay monumentos que son conocidos por los nombres que les ha adjudicado la gente, no por los sentidos ni la denominación que les atribuyeron sus patrocinadores.

Hasta ahora tenemos información de 41 monumentos, ubicados en su mayoría en los estados de Jalisco, Michoacán y Guanajuato. Para el ensayo audiovisual hemos seleccionado unos cuantos ejemplos de nuevos monumentos clasificados en tres grupos: frutos, productos agroindustriales y manufacturados.

Momentos y monumentos

Los monumentos siempre han servido para imponer imágenes y discursos que afiancen el poder de quienes lo tienen en cada ciclo de la historia (Eder, 1992; García Canclini, 1992). Tradicionalmente, han sido los poderes –religioso primero, político más tarde– los que se han encargado de proponer, promover, imponer y financiar la confección de esculturas, monumentos y conjuntos escultóricos que contribuyen a amalgamar lo que un día fueron conflictos y así legitimar su visión y versión de la historia.

Como ocurrió en tiempos recientes en relación con la estatua de Cristóbal Colón en el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México, las esculturas y su localización siguen siendo arena de lucha donde se confrontan los valores e intereses de colectivos existentes y emergentes sobre los imaginarios, discursos y usos de las esculturas en el espacio público. En ese caso, como en muchos otros, sacarlos de los lugares donde generan conflicto ha sido la manera de salvarlos del vandalismo, la destrucción o la desaparición.

En la segunda mitad del siglo XIX, en el naciente Estado republicano, en especial durante el juarismo y el régimen porfirista, se produjeron infinidad de monumentos a los héroes de la Independencia (Eder, 1992; Ibargüengoitia, 1992; Manrique, 1992). Las imágenes de los padres Hidalgo y Morelos, de los Niños Héroes, pero sobre todo de Benito Juárez –en todas las dimensiones y presentaciones posibles– adornaron las plazas, jardines, paseos y estrenaron hemiciclos en todo el país (Escobedo, 1992). Con el monumento a la cabeza de Juárez, de reminiscencias olmecas, se acuñó el “cabezotismo“, estilo escultórico de enorme difusión en todo México (Eder, 1992).

La profusión de monumentos rendía, sin duda, honores a los héroes que nos dieron patria y libertad. Pero también contribuyeron a generar una nueva espacialidad urbana. Los monumentos a los héroes fueron instalados en jardines, paseos o alamedas que embellecieron y legitimaron espacios inéditos en las ciudades (Ribera Carbó, 2018).

Aunque varios paseos y alamedas fueron creados en las postrimerías del tiempo novohispano, fue durante el convulsionado siglo XIX cuando alcanzaron su máximo esplendor como espacios públicos que contribuyeron de múltiples maneras al mantenimiento del orden social (Ribera Carbó, 2018). Surgieron por iniciativas municipales con un claro discurso político de la nación republicana (Ribera Carbó, 2018). Jardines, paseos y alamedas se construyeron en espacios separados y discontinuos con los zócalos coloniales, cargados de legados religiosos y coloniales. Al principio, eran espacios marginales, casi rurales, pero muy pronto adquirieron centralidad y marcaron un hito entre las viejas trazas coloniales y la incipiente expansión urbana (Cabrales Barajas, 2018; Ribera Carbó, 2018).

La instalación de estatuas de próceres, jefes políticos y militares contribuyó a crear el imaginario de un pasado común y una identidad nueva (Martínez Assad, 2005; Rivera Carbó, 2018). Formaban parte de la historia de bronce, como decía don Luis González, para aludir a la narrativa heroica que amalgamaban e imponían los triunfadores.

Como parte de ese discurso nacionalista e integrador el Estado porfirista buscó también reivindicar el pasado prehispánico mediante la instalación de estatuas que revaloraban el pasado indígena en tres vertientes: las efigies a los tlatoanis, como Moctezuma y Cuauhtémoc, Itzcóatl y Ahuízotl (más conocidos como los “Indios Verdes”), todos originalmente en el Paseo de la Reforma; así como los monumentos, a veces copias de esculturas prehispánicas, como el Coloso de Tula, y los que exaltaban el fenotipo indígena en forma de cabezas y torsos (Eder, 1992; Escobedo, 1992).

La Revolución mexicana aportó nuevos próceres a la historia de bronce mediante la multiplicación de estatuas de Venustiano Carranza, Pancho Villa y Emiliano Zapata, y en menor medida de Álvaro Obregón y Francisco i. Madero. Después de ellos, Lázaro Cárdenas ha sido el presidente de la República más estatuado de la historia posrevolucionaria.

Pero junto a la historia de bronce en forma de monumentos colocados en zócalos, plazas y paseos, en el siglo XX apareció otro fenómeno: el reconocimiento de las comunidades a epopeyas particulares y personajes locales, y una forma de homenajearlos fue confeccionar sus estatuas.

Ejemplo de la persistencia del valor simbólico del centro es la estatua del padre Federico González que se ubicó a la salida del templo y frente a la plaza, desde donde observó y modeló la vida de San José de Gracia, Michoacán. Su escultura fue un guiño tanto a su participación en la guerra cristera, en la que él y tantos vecinos se involucraron, como a su calidad de líder moral indiscutible de esa región fronteriza de Jalisco y Michoacán (González, 1979).

Hay estatuas que tienen que ver no tanto con las microhistorias locales, sino con los que hicieron su carrera fuera de la comunidad. Sus méritos son haber nacido ahí. Serían los casos del político y empresario Carlos Hank González, sentado en el jardín de Santiago Tianguistenco, Estado de México; de cantantes, como Agustín Lara en Veracruz, Pedro Infante en Guamúchil, Sinaloa, o Cri-Cri, el Grillo Cantor en el Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México (Escobedo, 1992).

Han surgido estatuas de personajes ahora muy populares, como Jesús Malverde en Sinaloa, bandolero asesinado en 1909, que ha sido adoptado como devoción y protección por ladrones, contrabandistas y, en fechas más recientes, por narcotraficantes y otros colectivos del lado oscuro de la historia, que han diseminado su imagen en forma de busto coloreado (Durand y Arias, 2009; Escobedo, 1992).

Los bustos de Malverde, en infinidad de formatos, han migrado a múltiples espacios: parques, malecones, calles, tumbas y altares. También existen estatuas a entidades abstractas como la paz, la madre o el trabajo. Quizá los más cercanos a los que nos interesan sean los del trabajo. Pero son representaciones simbólicas de trabajadores en actividades emblemáticas del Estado mexicano posrevolucionario: bomberos, camioneros, cañeros, ferrocarrileros, jugadores, mineros, obreros, petroleros, pescadores, soldados (Escobedo, 1992; Manrique, 1992).

En fechas recientes se ha popularizado en México y en otras partes del mundo una suerte de artefacto cívico con las letras del nombre de las poblaciones que son colocados en algún lugar emblemático: la plaza, una avenida, un parque, un malecón, la carretera, un mirador. Esas instalaciones han desplazado en el gusto público a los monumentos de próceres. Confeccionados con diversos materiales, pero invariablemente vistosos y coloridos, se han convertido en el lugar preferido para que los vecinos envíen imágenes reconocibles de sus localidades y los turistas se tomen selfis que den cuenta en las redes sociales de los lugares visitados.

Los nuevos monumentos

En este estudio se trata de monumentos que tienen que ver con el trabajo y las localidades, pero de otro modo. Son artefactos que se refieren a productos y actividades específicas de las comunidades. Así, encontramos monumentos dedicados a productos agrícolas, como aguacate, biznaga, café, fresa, limón, manzana, piña, pitaya, nuez, zarzamora

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